CINTAS, PALOTEOS Y DANZANTES

CINTAS, PALOTEOS Y DANZANTES

CINTAS, PALOTEOS Y DANZANTES
Por Juan Carlos Tárraga Gallardo – Mayo de 1999

            Por todo nuestro país se suceden ejemplos de manifestaciones, dancístico-religiosas cuyo origen se encuentra en ancestrales ritos romanos en honor de la Diosa Cibeles, en los cuales sacerdotes consagrados a esta diosa ejecutaban danzas de carácter violento y frenético, ataviados con prendas femeninas. Estos rituales se adaptaron a la religión cristiana acomodándose al ritmo de la vida agrícola.

            Los nuevos cristianos que querían honrar a Dios y a los Santos recurrían a lo que sabían hacer: bailar con raros atuendos, hogueras, etc … todos ellos actos de carácter social-tradicional que se superponían a los ritos de la nueva fe impuesta.

            En Europa, antes de 1.300 la danza estuvo supervisada por un rígido control del clero. La iglesia católica se oponía a la danza procesional dentro de las iglesias (al contrario de judíos y ortodoxos) y a danzas lúdicas fuera de los tem­plos por ver en ellas atisbos de formas paganas. Pero en España, el interés por el baile fue más fuerte y no se suprimieron, más bien al contrario proliferaron.

            Reminiscencias paganas encontramos en las danzas de cintas y palos. En las primeras se encuentran referencias al ídolo totémico al que se rinde adoración en toda sociedad tribal asociadas a ancestrales danzas agrícolas de fecundidad. En las segundas, se representan por medio del ruido y el golpe, del movimiento, las luchas entre el bien y el mal.

            Por la prohibición, antes referida, de la iglesia, todas estas danzas son danzas de calle, de espacio abierto y casi a menudo de procesión delante de la imagen sagrada a la que se honra. En todas los «danzantes» de nuestra geografía llama la atención el vestuario común a casi todos ellos; esta indumentaria no puede catalogarse de típica o regional  sino de «religiosa». Predomina el color blanco como asociado a lo limpio, lo puro, lo divino … y llama la atención el que los hombres (no hay que olvidar que la incorporación de la mujer a estas manifestaciones es muy reciente) vistan faldas, enaguas, cintas, gorros con flores, aditamentos en suma femeni­nos en los que sintetiza lo masculino y lo feme­nino, lo asexuado (¿ángeles?), lo cercano a Dios.

            El acompañamiento musical fue de percu­sión, predominando por amplio espacio de tiempo el tamboril y la dulzaina, instrumento musical de tubo cónico y lengüeta doble. En muchos lugares se han sustituido por clarinetes, oboes y por música de cuerda (laúd. Guitarra, etc)

            Desde el punto de vista etnológico son muy interesantes las danzas conservadas en la Rioja, Valencia (Corpus) y Algemesí (Moixaranga), baja Navarra, Segovia, Valladolid, Sur de Badajoz,  Norte de Huelva, Tenerife y algunas zonas pire­naicas de Cataluña. En Castilla-La Mancha destacan los Danzantes de Majaelrayo y Valverde de los Arroyos (Guadalajara), Villacañas, Méntrida y Camuñas (Toledo), Porzuna (Ciudad Real) y Huete, Iniesta y El Hito (Cuenca).

            En la provincia de Albacete se encuentran danzantes en Chinchilla, donde lucían hábitos vistosísimos de brocado y ejecutaban cintas v paloteos, así como la ancestral danza del Arado. Sus fechas más importantes eran las festividades de San Julián y San Antón. Se acompañaban de dulzaina y tambor.

            En Villalgordo del Júcar se conserva el paloteo, el trenzado y la danza» del diablo». Los danzantes de este pueblo lucen almidonadas enaguas y gorros de flores y espejos en los que se simboliza la luz de la custodia del Santísimo, en cuya cofradía tienen origen estas danzas.

            En el vecino pueblo de Tarazona de La Mancha se bailan los «Matachines» en honor de San Blas, con músicas parecidas a las de Villal­gordo. La indumentaria actual es la menos inte­resante al haberse adoptado una variante del traje manchego masculino.

            Y por últirno en Lezuza, los antiquísimos  danzantes de la Virgen de la Cruz, con aires norteños adaptados al de la tierra. La coreografia se diferencia de que el juego de palos se hace por la parte inferior del cuerpo, al contrario de la mayoría en que los palos van alzados. La danza de «vestir el palo» es análoga a la mayoría.

            Danzas antiquísimas, raíces de un pueblo, símbolos de identidad pero con un nexo común, inherente a todo grupo y cultura. Sirvan estas modestas líneas de homenaje a quienes supieron conservar y transmitir esta tradición lezuceña y sobre todo a quienes fomentan su pervivencia y difusión. ¡Felices Fiestas!

JUAN CARLOS TARRAGA GALLARDO Monitor de Danza UP. de Lezuza

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